martes, 18 de julio de 2017

Mito: El dios Frey se enamora de Gerda

Se aproxima Freyfaxi, y he pensado que sería una buena opción proporcionaros algún material, por ejemplo sobre Frey. En esta ocasión he copiado para vosotros un mito que habla de cuando Frey se enamoró de Gerd o Gerda, una giganta. Esta historia también aparece en la Edda Mayor, en el poema Skírnismál, que podéis leer entero AQUÍ. Pero aquí os dejo una versión convertida en relato.


Este fragmento ha sido extraído del libro Dioses y héroes de la mitología vikinga, de Brian Branston:

"Todos los problemas comenzaron por una travesura cuando algunos de los Vanir estaban de visita en Asgard, y Frey se lanzó a gastar bromas pesadas. Mientras los padres hablaban de esto y aquello (temas aburridos para Frey), el joven se deslizó cumbre arriba, hasta llegar al prohibido Alto Nido de Odín, se sentó en su trono y pudo contemplar el universo.

Fue un momento excitante hasta que, mirando a lo lejos, al panorama que se extendía por el norte, sus ojos se fijaron en una población donde se alzaba un edificio magnífico. Una doncella caminaba rumbo al mismo. Cuando levantó las manos para alzar el picaporte de la puerta que tenía ya delante, una espléndida luz salió de sus manos, de forma que tierra, mar y cielo quedaron iluminadas y resplandecientes al instante. Frey pagó muy caro su afán de quererse sentar en la Alta Sede, que se reservaba tan sólo para el padre de los dioses: se alejó de allí con el corazón enfermo de amor. Al volver a Vanaheim se encerró en palacio y se negaba a hablar con nadie. Tampoco quiso comer ni beber, y nadie sabía qué hacer al respecto.

La situación se hizo pronto seria porque toda la Naturaleza empezó a fallar, por simpatía con el doliente dios. 

Finalmente, su padre hizo que se presentara ante él Skirnir, el amigo de juventud y sirviente de Frey, y le ordenó que le preguntase qué le pasaba.

Skirnir se manifestó dispuesto a ir, pero avisó de que no tenía muchas ganas de hacerlo, pues no creía que ello sirviera para nada bueno. Encontró a Frey tumbado en su ornamentado lecho, tallado con entrecruzados zarcillos de parra y racimos de uvas. Frey miraba vagamente a las vigas del techo. Al otro lado de la ventana las hojas muertas caían de los árboles revoloteando, y las flores del jardín se habían marchitado. Skirnir le dijo:

-Quieren que te pregunte por qué te encuentras tan melancólico.

La respuesta llegó lentamente:

-No puedo explicarte esta languidez. Mi corazón está oprimido, y el asunto es demasiado doloroso para discutirlo...

Skirnir recordó a Frey que, de muchachos, ambos habían compartido todos sus secretos. Y le avisó:

-Nadie podrá ayudarte si no me dices qué es lo que no va bien.

-Tampoco si lo cuento -advertía Frey- porque no sólo Odín y mi padre estarán en contra de mis deseos: hasta los gnomos se opondrán.

-¿Y qué puede ser ello, para que tantas gentes poderosas vayan a negarse? -preguntó Skirnir.

Por fin, Frey explicó:

-Te lo diré por nuestra amistad. Quiero que Gerda, la hija de la ogresa Angrbode y del gigante Gymir, sea mi esposa. Desde que la vi en la Alta Sede de Odín no puedo vivir sin ella. Y ya que está aquí, quiero que vayas a Jotunheim y la pidas en matrimonio para mí.

Skirnir quedó desagradablemente sorprendido y dijo:

-He oído que era de una belleza sin rival, pero su padre es un terrible ogro y su madre aún peor.  Tú sabes que jamás permitirán que Gerda salga de Jotunheim.

-Si se cumplen determinadas condiciones lo tolerarán -expuso Frey-, pero son condiciones imposibles, por eso me encuentro tan desesperado, languidezco, y así seguiré hasta mi muerte, que ya no puede tardar.

El pensamiento de la muerte de Frey sólo sirvió para empeorar las cosas, pues si el dios de la fertilidad y el amor desaparecía, la Naturaleza entera fenecería también. Skirnir preguntó:

-¿Y cuáles son esas condiciones?

-Los gigantes quieren mi espada como precio de la novia.

Aquello era un impacto psicológico tras otro. La espada mágica de Frey tenía la propiedad de luchar por su cuenta. Debía batallar en favor de los dioses para que tuvieran éxito cuando los malignos gigantes del fuego galoparan en su contra llegado el Ragnarok. Fueron los gnomos quienes forjaron la espada mágica expresamente con este fin.

Skirnir tragó saliva ávidamente y repuso:

-Pero aunque me llevara tu espada, no hay garantías de que pueda sobrevivir al peligroso viaje, pues el baluarte de Gymir, como tú bien sabes, está rodeado por unas oscilantes y mágicas llamas, que constituyen una barrera impenetrable.

-Impenetrable para cualquier corcel, excepto uno -aclaraba Frey-. Porque el caballo de Odín puede lograrlo. Que te lo preste.

Skirnir casi se desmaya. La enormidad de cuanto Frey le estaba pidiendo le dejó literalmente sin respiración, asestándole como un golpe físico. Miró por la ventana como pidiendo ayuda, pero sólo vio cómo iba muriéndose la Naturaleza. Skirnir era valiente y dijo:

-Si no hay otra solución, lo haré. Tendré que robar el caballo sin que nadie lo note y espero que entre tanto no me descubran. Me llevaré tu espada mágica pero procuraré ganar a Gerda sin entregarla. No hay elección -acabó diciéndole mientras las hojas caían revoloteando desde los árboles-. Quizá hasta sea demasiado tarde.

Aquella noche, mientras los Ases dormían, Skirnir colocó trapos en los cascos del caballo de Odín y lo sacó del establo. Saltó sobre el animal y, galopando por los aires, llegó a Jotunheim. Desde muy lejos las llamas que rodeaban el baluarte montañoso de Gymir le guiaron, como la Estrella Polar conduce a los marinos. Cuando se aproximaba a su destino, observó que los fuegos constituían una especie de llameante empalizada. El corcel no vaciló; se concentró ante el amedrentador obstáculo, dio un poderoso salto hacia arriba, y salió disparado por los aires. Skirnir pudo oler a chamuscado cuando las llamas se proyectaron sobre la cola del animal. Luego jinete y cabalgadura aterrizaron en el patio del gigante.

-¿Quién viene galopando por los aires? -rezongó la voz del gigante Gymir-. ¿Eres uno de los Ases, de los Vanir o de los gnomos?

-Me llamo Skirnir. No pertenezco a los Ases, a los Vanir, ni a los gnomos. Vengo del séquito de Frey. El joven dios pide en matrimonio a tu hija Gerda. 

Gerda estaba asomada a la ventana de su aposento, iluminada su figura por detrás. Vio lo que pasaba y preguntó:

-¿Qué ofrece Frey como dote?

Skirnir dijo que podría conseguir once manzanas de oro. Gerda respondió que no le interesaban.

El recién llegado afirmó entonces que podría hacerse con un anillo mágico, del cual se desprendían otros ocho a cada novena noche. Gerda repuso que ya tenía bastantes tesoros.

A continuación, Skirnir probó con amenazas. Desenvainó la espada de Frey y gritó, dirigiéndose hacia la ventana, que si la muchacha no se mostraba de acuerdo, él le cortaría la cabeza. Gerda respondió que su padre lo impediría. Skirnir insistió en que Gymir perecería bajo la hoja de su espada, pues ésta era capaz de actuar por sí sola. La joven no se conmovió en absoluto, y Skirnir advirtió a la valiente doncella que poseía una varita mágica, capaz de lanzarle un maleficio, el cual la obligaría a seguir sus mandatos con todas sus consecuencias. La obligaría a ir hasta el Nido del Águila, que dominaba Hel, donde todos sus alimentos se volverían repulsivos y le darían asco, mientras ella quedaría bajo el poder del helado gigante Rimer y tendría que soportar locura, añoranza, cadenas, ira, lágrimas y tormentos varios.

-¿Quieres decir que me enamoraré? -se mofaba Gerda.

-Te pondré en manos del gigante del hielo con tres cabezas, Máscara de Escarcha, encerrada en las profundidades de la Puerta del Cadáver -gritaba Skirnir-. Cada día te verás forzada a arrastrarte hasta la isla del palacio de los gigantes del hielo, suplicando merced en vano, sin esperanza alguna. Y bajo la raíz de Yggdrasil, que crece hacia los gigantes del hielo, siervos malignos te obligarán a beber agua de las cabras.

La voz de Skirnir subía de tono al gritar que maldeciría a Gerda tallando cuatro terribles runas como maleficio, para que cayesen sobre la muchacha la añoranza, la locura, y la lujuria.

-El precio de la novia sigue siendo la espada de Frey -insistió, sin embargo, la muchacha. 

Y Gymir añadió:

-Mi hija es demasiado firme y constante, demasiado valiente para dejarse afectar por tus amenazas. Si no lo fuera, difícilmente podría constituir una esposa adecuada para Frey. Como ella misma dice, sólo existe un precio de la novia, el que siempre hubo: la espada mágica de Frey.

Skirnir comprendió que acababa de perder la partida y entregó la espada. Luego organizó los detalles del matrimonio. Volvió a Asgard y deslizó el corcel de Odín en un establo justo cuando comenzaba a apuntar la aurora. Después regresó a Vanaheim y dijo a Frey:

-Gerda se ha mostrado conforme en casarse contigo -y al hablar su tono era apagado, de derrota-, pero tuve que entregarle tu espada. Los Ases y los gnomos se enfurecerán, pues ellos la forjaron exclusivamente para ti.

-¿Cuándo y dónde va a celebrarse la boda? -atinó a decir, casi jadeante, Frey.

-En la isla de Cebadatrigo. Ella me dijo que los dos sabéis dónde está. Se reunirá contigo allí dentro de tres días.

Entonces Frey entonó una canción. Era más bien triste, pero mostraba cómo empezaba a recobrarse, y con él toda la Naturaleza:

"¡Una noche es larga,
pero otra es aún peor!
¿Por qué debo sufrir por tres?
A menudo un mes me pareció más breve
que la mitad de esta noche
que aún falta para mi boda."

Así pues, Frey y Gerda contrajeron matrimonio y empezaron a vivir unidos con toda felicidad."

Espero que os haya gustado este fragmento y hayáis podido conocer un poco más la historia de Frey.

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